12 al 18 de Julio de 2010 : Rapa Nui o Isla de Pascua

Si en el momento de hacer este viaje de fantasía lo veíamos como un sueño, ahora después de tanto tiempo aún más. Por ello es mucho más difícil recordar nuestra semana en Rapa Nui, ya que las imágenes en mi cabeza están envueltas en un halo de irrealidad. Pero a pesar de todo intentaré ser fiel a lo que vivimos en la mágica Isla de Pascua.


Llegamos un día después del eclipse solar total, lo que nos dio algo de rabia porque desde Curicó sólo pudimos verlo parcial. Aún así no podíamos pedir más, sabíamos que la isla estaba llena para verlo, y a partir de este día se iría vaciando de gente para dejárnosla como se debe visitar un lugar tan especial.

Nuestro alojamiento previsto sería un camping para no perder la costumbre, además al ser un lugar muy turístico y alejado de cualquier continente, los precios eran muy elevados para todo. Y nosotros ya íbamos preparados, y nuestras mochilas estaban llenas de comida para pasar la semana.


El vuelo nos dejó a las 4 de la mañana en la oscuridad, y guiándonos por lo poco que habíamos visto en un mapa antes de salir, conseguimos llegar a la costa donde se encontraba la explanada llena de carpas de todos los observadores del eclipse. Tras despertar al vigilante del camping, nos propuso un sitio provisional hasta que se fuese despejando, y pudimos descansar un rato antes de despertarnos sólo parcialmente para contemplar el paraje en el que nos encontrábamos. No teníamos muy claro lo que íbamos a hacer, pero suponíamos que una semana era suficiente para recorrer la isla, aunque nunca sería bastante para disfrutarla en toda su plenitud. Desde Hanga Roa, donde nos encontrábamos y único núcleo de población, era fácil moverse al resto de la zona.


Empezamos visitando la costa oeste, y poco a poco nos iban saludando los indescriptibles moáis en sus ahu, o plataforma ceremonial (Marie describe mucho mejor toda la historia en su articulo). Delante de cada uno de ellos la sensación era surrealista, imaginando como pudieron llegar hasta ahí, y dejándonos transportar a una época pasada en la cual se les adoraba.


Después de visitar a pie las zonas más cercanas, pensamos que aprovecharíamos más el tiempo sobre dos ruedas. Así que dicho y hecho, en nuestros caballos de acero recorrimos sin problema la costa sur, disfrutando en cada parada de todos los moáis a lo largo del camino. Y a cada cual mejor: un ahu que nos recordaba a las piedras angulares de los incas, otro con todos sus moáis derribados y el impresionante Ahu Tongariki, reconstruido y con sus 15 moáis en pie. Además visitamos la fabrica de moáis, el mágico volcán Rano Raraku en cuya ladera sobresalían las esculturas, cuales setas después de un día de lluvia.


Pero la isla no es sólo moáis, además tiene bellos paisajes volcánicos y en uno de ellos esta construido el poblado de Orongo. Aquí se celebraron ritos dedicados al hombre-pájaro, y aún quedan algunas viviendas de piedra, pertenecientes al 2º periodo de la era Rapa Nui. Además, el cráter del volcán presenta una laguna, y en él, crece una vegetación endémica, muy utilizada por la población con fines medicinales desde la antigüedad.

Ya habíamos visitado la mitad sur de la isla, pero para ver el amanecer desde el Ahu Tongariki decidimos pasar a un vehículo a motor, y arrendamos una moto. Volvimos sobre nuestros pasos esta vez de noche, y con la poca luz del faro, conseguimos llegar finalmente al ansiado espectáculo de luz que nos esperaba. Además, para nuestra sorpresa, un grupo de danza tradicional Rapa Nui estaba grabando un vídeo a los pies del ahu. Y en ese ambiente mágico, el amanecer alcanzó mayor esplendor si cabe.
Aunque el día no había hecho más que empezar, y con el sol ya levantado recorrimos a pie la salvaje península de Poike, en la que hay innumerables secretos sólo conocidos por los locales. Desde ahí llegamos a la costa norte que fuimos bordeando, viendo varios petroglifos y el mayor moái erigido sobre un ahu. Junto a él, se encuentra una gran piedra redonda que llaman Ahu te Pito Kura, o el ombligo del mundo.

¿Y qué sería una isla sin playa? Pues para no ser menos, tiene dos: una, la de Ovahe más salvaje y entre acantilados, y otra, la de Anakena, con varios grupos de moáis y una repoblación de palmeras para parecer más exótica aún. Pudimos bañarnos en sus ricas aguas y hasta disfrutar de la segunda parte de la grabación del vídeo de los bailarines.
Por el camino de vuelta, visitamos la fabrica de pukao, o sombreros de los moáis, que se encuentra en el volcán Puna Pau. Y aún nos dio tiempo a llegar al único conjunto de moáis que miran hacia el mar, en el Ahu Akivi, completando un día en el que ya no podíamos saber si estábamos soñando o que ...


Nos dimos un día un poco más relajado para visitar Hanga Roa, aprovechando para conocer a algunos de sus habitantes y descubrir más acerca de su cultura.

Con las pilas recargadas nos dispusimos a subir al punto más alto de la isla, el volcán Terevaka, pasando antes por el museo de la isla. Desde la cima contemplamos sin problema su pequeño tamaño ..., aunque tan grande en su valor histórico. Y para despedirnos de la isla, fuimos a ver un espectáculo de danza, acompañados de unos amigos que conocimos, y acabamos bailando pascuence en la disco con música tradicional.

Con muy bonitos recuerdos pero con el sabor agridulce de necesitar mucho más tiempo para disfrutarla, nos fuimos de la isla con un Iorana Rapa Nui ...


Rapa Nui
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